1. LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

2. El hecho de la resurrección de Jesús

Resurrección de Jesús (Grunewald)

La resurrección de Jesús es tema central de la predicación apostólica, y forma una unidad indisoluble con el misterio de la crucifixión y de la muerte. A este Jesús —dice San Pedro en el discurso recien citado—, Dios lo ha constituido Señor y Mesías (Hech 2, 32. 36). Es la misma afirmación que encontramos en los discursos de San Pablo: Os anunciamos —dice en la sinagoga de Antioquía—la realización de la promesa hecha a nuestros padres, que Dios ha llevado a cabo para nosotros, sus descendientes, al resucitar a Jesús, según estaba escrito en el salmo segundo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy (Hech 13, 32-33).
La resurrección del Señor se encuentra presente también en todos los Símbolos y profesiones de fe, pues siguen fielmente el núcleo de la predicación apostólica. En algunas de estas profesiones, se precisa que se trata de verdadera resurrección con frases todo lo explícitas posible para evitar el docetismo; de ahí que se aluda a que comió y bebió después de la resurrección. En algunos textos se afirma que el Señor resucitó por propio poder. También está presente en las profesiones de fe en la Resurrección la mención de que resucitó al tercer día; en los Símbolos latinos se suele expresar diciendo simplemente que "resucitó al tercer día", mientras que en los Símbolos griegos, como el Nicenoconstantinopolitano, es más frecuente encontrar la expresión "resucitó al tercer día según las Escrituras". En esto los Símbolos no hacen otra cosa que seguir de cerca las expresiones del Nuevo Testamento.

Es claro que la afirmación de la resurrección del Señor es de una radical originalidad. No existe paradigma al que pueda remitirse. Lo que se dice de Jesucristo resucitado es único: su cuerpo no está en el sepuLcro, porque ha vuelto a la vida; pero esta vida no es la anterior a la muerte, sino una muy distinta: ha sido transformada en la gloria de Dios. El Resucitado ya no pertenece a la forma de existencia corporal que conocemos y podemos comprobar. En la resurrección de Jesús existe una analogía con la resurrección de muertos de que se habla en los evangelios, p. e., la resurrección de Lázaro o del hijo de la viuda de Naín (cf. Jn 11, 33-44; Lc 7, 11-17). Con ello se quiere decir que Jesús vuelve a vivir en su corporeidad. Pero una vez dicho esto, aparecen las divergencias con este tipo de resurrecciones, porque Jesús no sólo resucita, sino que su corporeidad entra en otro tipo de vida, inaferrable desde nuestra ladera*. Incluso los testigos elegidos de antemano por Dios (Hech 10, 41) para que den testimonio de la resurrección del Señor sólo podrán verle con los ojos de la fe.
Esta realidad y el reservar el apelativo de histórico sólo a aquellos acontecimientos cuyas causas y efectos son intrahistóricos dan lugar a que algunos autores contemporáneos califiquen la resurrección de Jesús como un acontecimiento no-histórico, sino metahistórico. Se trata del intento de hablar en un lenguaje heredado de la Ilustración, con su peculiar concepto de lo que pertenece a la historia de los hombres. En efecto, si se admite que sólo es histórico aquello que pertenece a lo intramundano en sus causas y en sus efectos y además se encuentra situado en un horizonte de verosimilitud histórica, es decir, en un contexto de sucesos semejantes a él en los que encuadrarlo, es claro que el apelativo de histórico no se debe aplicar a la resurrección del Señor. Esta resurrección, en efecto, ni tiene sucesos semejante a ella —es radicalmente nueva—, ni la vida del Resucitado está sometida a nuestras leyes intramundanas.

A nadie se oculta, sin embargo, el riesgo de deshistorización y de espiritualización del mensaje pascual —¡El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón! (Lc 24, 34)— que se correría si se utiliza este lenguaje. En efecto, según el lenguaje usual, entre los hombres lo que no se puede llamar histórico no se puede decir que haya sucedido realmente. Esto es así, porque se entiende por histórico aquello que realmente ha sucedido y nosotros podemos conocer porque nos llega testimonio fidedigno de ello. Es decir, el acento recae no en la posibilidad de comprobación experimental por nuestra parte, sino en la fiabilidad del testimonio**.

En este sentido es lógico afirmar que la resurrección de Jesús es un hecho histórico, pues nos es transmitida por testigos fiables. Ciertamente es un hecho histórico único —sin que tenga otro igual—, trasmitido por unos testigos que pueden dar testimonio porque han visto, no la resurrección, sino al Resucitado "con los ojos de la fe". Pero su testimonio es válido***, y la existencia de ese testimonio así como el hallazgo de la tumba vacía sí son comprobables con la comprobación propia de los sucesos pasados, es decir, con la aportación de documentos. Pero de igual forma que los testigos necesitaron la fe para ver al resucitado, nosotros necesitamos la fe para aceptar su testimonio, que nos llega en la vida y predicación de la Iglesia. En cierto sentido, también hoy la fe cristiana debe producir escándalo a todo pensamiento cerrado a lo sobrenatural, encerrado en el poder de la ciencia, pues lo que proclama la Iglesia es que Jesús ha resucitado, y basa su afirmación, no en razones científicas, ni en el parecer de sabios, sino en el testimonio de los Apóstoles, es decir, en el testimonio de unos pescadores.

Se trata de un testimonio que da pie a llamar histórico a este acontecimiento, en el sentido de que existen suficientes signos como para poder afirmar que verdaderamente sucedió. De ahí que algunos autores prefieran decir de la resurrección de Jesús que es un acontecimiento histórico en cierta forma, pues aunque, al resucitar, el cuerpo de Jesús se transformó en un cuerpo de gloria (Flp 3, 21), "se manifestó en diferentes efectos y señales"****, y proponen que, si se decide entender como acontecimientos históricos sólo aquellos que son comprobables por la investigación crítica histórica, entonces se designe a la resurrección de Jesús con un acontecimiento indirectamente histórico, dadas las señales históricas en que se manifiesta*****.

Otros autores prefieren sin más denominar histórico al acontecimiento de la resurrección del Señor******. Esta postura parece más lógica. En cualquier caso, está clara la importancia de este acontecimiento para la fe cristiana. San Pablo lo expresa con palabras fuertes: Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana es también nuestra fe. Seremos falsos testigos de Dios, porque contra Dios testificamos que ha resucitado a Cristo...Y si sólo mirando a esta vida tenemos la esperanza puesta en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres (1 Co 15, 14 y 18). Así pues, quien acepte la doctrina cristiana, no puede deshistorizar la resurrección del Señor, entendiéndola en forma doceta, es decir, privándola de su realidad fáctica. La insistencia con que los Padres repiten que Jesús resucitó verdaderamente es paralela a su insistencia en que nació verdaderamente de María Virgen, y murió verdaderamente, y es testimonio también de la importancia que para la fe cristiana tienen la realidad del cuerpo de Cristo y los hechos de su vida. El repetido uso del adverbio verdaderamente es un intencionado rechazo del docetismo, también de una concepción doceta de los acontecimientos de la vida de Jesús, que, p.e., a la hora de hablar de la resurrección de Jesús la redujese a mera pervivencia como es el caso de los gnósticos del siglo II, o a un acontecimiento que tiene lugar exclusivamente en la fe de los Apóstoles, de modo que sea posible desmitologizarlo, eliminando su carácter de acontecimiento real, independiente y previo a la fe de los Apóstoles.

En conclusión, "podemos ver en la resurrección ante todo un hecho histórico. En efecto, se ha realizado en un marco preciso de tiempo y espacio (...) Pero, aun siendo un evento cronológica y espacialmente determinable, la resurrección trasciende y está por encima de la historia"******.


* Los teólogos suelen enumerar las siguientes características de la Resurrección del Señor, para destacar que no se trata de un simple regreso a la vida anterior. He aquí las principales: verdadera, porque vuelve a vivir (resurge) aquello que murió; perfecta, porque constituye una definitiva victoria sobre la muerte, ya que el cuerpo de Cristo vuelve a una vida inmortal; gloriosa, porque la deificación llega hasta el mismo cuerpo en el que se manifiesta la gloria —claridad, impasibilidad, etc— de su alma.
** Esto supone, lógicamente, la no aceptación de la estrecha concepción de histórico propuesta por la mentalidad de la Ilustración y, consiguientemente, la vuelta al uso del término “histórico” según el significado común. He aquí algunas de las razones que se aducen: "¿Es cierto que en lo histórico como realidad entra la experiencia de su dimensión espaciotemporal? (...) ¿Es cierto que lo histórico tenemos que experimentarlo siempre por nosotros mismos? (...) ¿Cuándo o cómo un documento del pasado se convierte para nosotros en testimonio de un suceso histórico? Sólo cuando unos hombres coetáneos convierten ese documento en testimonio para nosotros desde su conocimiento experimental. Así pues, la historicidad no depende primordialmente para nosotros de la relación física en el espacio y el tiempo; lo determinante para la calidad y seguridad del relato histórico son más bien los mismos narradores: si ellos tienen por histórica una cosa y nos la transmiten, es también histórica para nosotros (...) Así, podemos y debemos decir sin duda alguna como cristianos, cuyo saber respecto de los acontecimientos históricos como contenido de nuestra fe hemos de sacarlo del testimonio de la Escritura: los relatos bíblicos de la tumba vacía y de las apariciones de Jesús a sus apóstoles y de las relaciones de los apóstoles con el Resucitado, los entienden y relatan los narradores de la Escritura, los evangelistas, como acontecimientos históricos sin género de duda. Más aún, es sólo por la calidad de lo histórico que esos relatos bíblicos adquieren su verdadero contenido de fe; sin dicha calidad tales relatos habrían sido para los mismos narradores puros mitos o fábulas. Por tanto, quien hoy cuestiona o niega la historicidad de la resurrección de Jesús tiene por lo mismo que cuestionar o negar la fe en ese acontecimiento por parte de los hagiógrafos. ¿No tenemos hoy conciencia cada vez más clara de que ese nuestro lenguaje de tales acontecimientos, inspirado por la Ilustración o nacido de una concepción meramente científica del mundo no es compatible con nuestra fe en esa realidad?" (Auer, J. Curso de Teología Dogmática, IV/2, Jesucristo Salvador del mundo, cit., 356-358).
*** Como escribe González Gil, "hoy se mide el hecho histórico más por su influjo para la marcha de la historia que por la materialidad escueta de su facticidad: se usa —y se abusa— del epíteto de histórico para un suceso que ha traído consecuencias o transformaciones históricas de importancia" (González Gil, M. Cristo, el misterio de Dios, cit., II, 339). En este sentido al menos, la testificación hecha por los Apóstoles ha de calificarse de histórica por el influjo decisivo que ha tenido en la historia. Pero esto por si sólo no es suficiente para expresar todo lo que se contiene en la afirmación cristiana de que Jesús ha resucitado, pues los cristianos por el testimonio de los Apóstoles creemos que Jesús ha resucitado verdaderamente.
**** Así se expresa Pié i Ninot, quien añade a continuación: "1. De hecho la Resurrección hizo desaparecer el cuerpo de Jesús del sepuLcro, causando de esta manera una señal próxima, aunque puramente negativa de sí mismo. 2. Y al mismo tiempo, el Resucitado en sus misteriosos encuentros con sus testimonios dejó signos de su vida nueva, así la Eucaristía, el Espíritu, la Iglesia, el corazón ardiente (Lc 24, 32), la paz (Jn 20, 26)..." (S. Pié i Ninot, Tratado de Teología Fundamental, cit., 272-273).
***** "En efecto —argumenta Pié i Ninot—, por la investigación histórica directa conocemos tanto el sepuLcro vacío como los testimonios de las apariciones; estos dos hechos, acompañados de la muerte de Jesús, la situación de los discípulos, la sepultura, el primer anuncio de las mujeres, la comunidad reunida, la misión subsiguiente...sugieren un motivo común y por su confluencia constituyen un motivo para admitir la Resurrección como explicación trascendente" (Pié i Ninot, S. Tratado de Teología Fundamental, cit., 273).
****** Tal es el caso, p.e., de Díez Macho, quien escribe: "El acto mismo de la Resurrección de Jesús, ciertamente, no cae bajo el control de la historia, porque es de naturaleza trascendente. Como dice gráficamente J. Delorme, un testigo, encerrado en la tumba de Jesús, hubiera podido constatar la desaparición o volatilización del cuerpo, pero no la Resurrección, cual la entiende nuestra fe. Pero el hecho histórico de haber Cristo resucitado, ese sí que cae en el campo de la experiencia histórica: si Jesús, después de muerto, se ha aparecido, si ha sido visto por testigos, es que Cristo ha resucitado" (Díez Macho, A. La resurrección de Jesucristo y la del hombre según la Biblia, Madrid 1977., 265-266).
******* Juan Pablo II, Discurso, 1.III.1989, nn. 2 y 3: Insegnamenti, XII, 1989.