1. LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

6. La exaltación de Cristo como efecto de su Pasión

Altar de Ghent (Van Eyck)

La predicación apostólica sobre la muerte de Jesús no termina en ella, sino que menciona inmediatamente su exaltación. Tenga, pues, por cierto toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, dice San Pedro en su discurso del día de Pentecostés (Hech 2, 36), refiriéndose a este acontecimiento como la entronización del Mesías. Esta exaltación comporta la resurrección de entre los muertos, su ascensión a la diestra del Padre y el envío del Espíritu Santo (cf. Hech 2, 32-33). La glorificación de Cristo tras su muerte no debe entenderse como algo que aconteció a Jesús una vez cumplida nuestra redención, sino que esta glorificación es parte integrante de la obra redentora.
Sin embargo, la glorificación del Señor comenzó inmediatamente después de su muerte, en el descenso a los infiernos:

"Si la muerte comporta la separación del alma y el cuerpo, se sigue que también para Jesús ha habido por una parte el estado de cadaver del cuerpo, y por otra la glorificación celeste de su alma desde el momento de la muerte. La primera Carta de Pedro habla de esta dualidad, cuando, refiriéndose a la muerte de Cristo por los pecados, dice de El: muerto según la carne, pero vivificado en el espíritu (1 P 3,18)*.

La Resurrección es, antes que nada, la glorificación del mismo Cristo, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo que Dios le exaltó y le otorgó un nombre que está sobre todo nombre (Flp 2,8-9). Esta glorificación, que le corresponde en atención a su dignidad de Hijo, al mismo tiempo, ha sido conquistada —merecida— por Jesucristo, conforme se subraya en el texto citado de Filipenses: Dios lo exaltó por haber sido obediente hasta la muerte de cruz. Esta exaltación fue también objeto de esperanza y de oración para Cristo, conforme se ve, p.e., en Jn 17, 1 y 5: Padre, llegó la hora: glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique (...) Ahora tú, Padre, glorifícame cerca de tí mismo con la gloria que tuve cerca de tí antes de que el mundo existiese.

La exaltación de Cristo culmina, pues, su vida y su obra, de forma que con la resurrección no sólo se inaugura una nueva forma de existencia de Jesús de Nazaret —la existencia gloriosa—, sino que se inaugura también una nueva forma —en poder—, de su misma acción como Mesías, conforme dice San Pablo: constituido Hijo de Dios, poderoso según el Espíritu de Santidad a partir de la resurrección de entre los muertos (Rm, 1, 4).


* Juan Pablo II, Discurso, 11.I.1989, n. 5, Insegnamenti, XII, 1989.