Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
- Inicio
- 1. La resurrección del Señor
- Síntesis
- 1. La sepultura y el descenso de Cristo a los infiernos
- 2. El hecho de la resurrección de Jesús
- 3. El testimonio del Nuevo Testamento
- 4. Características del testimonio apostólico
- 5. La resurrección de Cristo como objeto de fe
- 6. La exaltación de Cristo como efecto de su Pasión
- 7. El hecho de la Ascensión y su valor soteriológico
- 8. El misterio pascual y el envío del Espíritu Santo
- 2. Jesucristo, Cabeza de la Iglesia y Señor de la Historia
- 3. La segunda venida del Señor en gloria
Síntesis del contenido

“Sentado a la derecha del Padre”, el Señor ejerce ahora su sacerdocio aplicando a cada uno de los hombres la salvación conseguida mediante los acontecimientos de su vida y de su muerte. De Él viene a los hombres toda gracia y todo don. Él es el Señor de la historia. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la Iglesia cree firmemente que su Señor y Maestro, Jesucristo, es "la clave, el centro y el fin de toda la historia humana"*. Cristo es, efectivamente, alfa y omega, principio y fin (Ap 21, 6).
Cristo es el fin de la historia humana, no porque la Encarnación haya sido el último acto de la historia —como es obvio— sino porque la Nueva Alianza en Cristo es eterna y definitiva (cf. Hb 9, 12). Por eso, "en la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre"**.Todo presente histórico después de la Encarnación no mira a Cristo como a algo pasado, sino como a algo presente. Esta contemporaneidad de Cristo con todos los tiempos históricos después de la Encarnación no es sólo de Cristo en sí mismo, glorioso, porque vive para siempre, sino también contemporaneidad salvífica con los misterios de su Vida, Muerte y Resurrección, sacramentalmente presentes en la vida de la Iglesia.
Que Cristo es el fin de la historia significa, además, que en la unión con Él encuentra cada hombre —y, a través de los hombres, la creación material entera — su verdadera finalidad, su plenitud. En efecto, Dios creó todas las cosas en vista de Cristo (cf. Col 1, 16), de modo que al final de la historia todo sea recapitulado en Él (cf. Ef 1, 10).