2. JESUCRISTO, CABEZA DE LA IGLESIA Y SEÑOR DE LA HISTORIA

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

Síntesis del contenido

San Pedro Vaticano

“Sentado a la derecha del Padre”, el Señor ejerce ahora su sacerdocio aplicando a cada uno de los hombres la salvación conseguida mediante los acontecimientos de su vida y de su muerte. De Él viene a los hombres toda gracia y todo don. Él es el Señor de la historia. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la Iglesia cree firmemente que su Señor y Maestro, Jesucristo, es "la clave, el centro y el fin de toda la historia humana"*. Cristo es, efectivamente, alfa y omega, principio y fin (Ap 21, 6).

Cristo es el fin de la historia humana, no porque la Encarnación haya sido el último acto de la historia —como es obvio— sino porque la Nueva Alianza en Cristo es eterna y definitiva (cf. Hb 9, 12). Por eso, "en la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre"**.

Todo presente histórico después de la Encarnación no mira a Cristo como a algo pasado, sino como a algo presente. Esta contemporaneidad de Cristo con todos los tiempos históricos después de la Encarnación no es sólo de Cristo en sí mismo, glorioso, porque vive para siempre, sino también contemporaneidad salvífica con los misterios de su Vida, Muerte y Resurrección, sacramentalmente presentes en la vida de la Iglesia.

Que Cristo es el fin de la historia significa, además, que en la unión con Él encuentra cada hombre —y, a través de los hombres, la creación material entera — su verdadera finalidad, su plenitud. En efecto, Dios creó todas las cosas en vista de Cristo (cf. Col 1, 16), de modo que al final de la historia  todo sea recapitulado en Él (cf. Ef 1, 10).



* Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. 10.
** Beato J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, cit., n. 104.