Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
- Inicio
- 1. La resurrección del Señor
- Síntesis
- 1. La sepultura y el descenso de Cristo a los infiernos
- 2. El hecho de la resurrección de Jesús
- 3. El testimonio del Nuevo Testamento
- 4. Características del testimonio apostólico
- 5. La resurrección de Cristo como objeto de fe
- 6. La exaltación de Cristo como efecto de su Pasión
- 7. El hecho de la Ascensión y su valor soteriológico
- 8. El misterio pascual y el envío del Espíritu Santo
- 2. Jesucristo, Cabeza de la Iglesia y Señor de la Historia
- 3. La segunda venida del Señor en gloria
1. El designio eterno del Padre de comunicarse a los hombres en Cristo

La Encarnación es la demostración por excelencia del Amor de Dios hacia los hombres. Jesucristo es el máximo don de Dios a los hombres, porque en Él se realiza el máximo acercamiento de Dios a ellos; porque Él es la revelación más comprensible y plena de Dios para nosotros, porque en Él nos unimos a Dios.
Esto se manifiesta en forma especialmente gráfica en nuestra filiación divina. Somos hechos hijos de Dios en el Hijo por el Espíritu Santo. Es en Cristo, donde Dios se nos da como Padre, y el hombre es recibido como hijo. En efecto, la divinización obrada por el Espíritu Santo en el corazón del hombre, le hace participar de lo que es propio y personal de Cristo: su filiación al Padre. Así, a través de la misión del Espíritu, el Padre amplía su paternidad más allá de las relaciones intratrinitarias hasta abrazar a todos aquellos que reciben a Jesucristo en su Espíritu (cf. Jn 1, 12). Por eso, la conocida afirmación de que somos hechos hijos de Dios en el Hijo por el Espíritu, puede formularse de esta otra forma: la paternidad del Padre sobre nosotros se realiza en forma nueva e inefablemente íntima por medio de la misión del Hijo, de suerte que, como somos hijos de Dios en el Hijo, el Padre se hace Padre nuestro en el Hijo por el Espíritu Santo. Se trata de la comunicación más íntima que Dios puede hacer de sí mismo al hombre.