1. CRISTOLOGÍA Y TEOLOGÍA

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

5.  La Iglesia como fuente de nuestra fe en Cristo

San Pedro Vaticano

Lo específicamente cristiano no es la fe en la divinización de un hombre, sino en la auténtica, verdadera y plena humanización de Dios. Según esta fe, el Verbo se hizo carne (cf. Jn 1, 14), es decir, el Verbo, poseyendo la naturaleza divina, tomó la naturaleza de siervo mostrándose como un hombre de verdad, con una carne de verdad, con unos dolores y tristezas como los que sienten los hombres.

Pero no sólo se dice que Jesucristo es Dios, sino que Él es el Hijo del Padre. Afirmar que Jesucristo es el Unigénito del Padre, lleva inmediatamente a poner de relieve las múltiples implicaciones que unen la cristología y el tratado sobre Dios. En cierto sentido, no es posible un conocimiento a fondo de uno de estos dos tratados sin conocer el otro.

El Nuevo Testamento enseña explícitamente la pre-existencia del Verbo al momento de la Encarnación: pre-existencia anterior a su anonadamiento, y que es una muestra más de su trascendencia sobre todo lo creado, de su pertenencia a la esfera de lo divino. Jesucristo, en cuanto Dios, es eterno, inmenso, infinitamente trascendente a toda criatura. Él es el creador del universo, como pusieron de relieve los primeros escritores cristianos guiados por las palabras del Prólogo del evangelio de San Juan: Todas las cosas fueron hechas por Él (Jn 1,3).

La relación de la cristología con el tratado sobre Dios no estriba sólo en el hecho de que, al afirmar del Hijo que es perfecto Dios, es necesario predicar de Él los atributos que se predican de la Divinidad: la relación es más profunda. No sólo se dice de Cristo que es Dios, sino que es el Hijo del Padre. Existen, pues, en Dios paternidad y filiación.

Aunque quien se encarna es el Hijo y sólo el Hijo, la encarnación es iniciativa de la Trinidad, obra de las tres Divinas Personas. El Hijo es enviado por el Padre, pues tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito (Jn 3,16-17). La encarnación es, al mismo tiempo, obra del Espíritu Santo; propiamente hablando, es obra del Padre por el EspírituSanto, como dice el Angel en la Anunciación: El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra (Lc 1,35).

Jesús no sólo nos da a conocer al Padre, sino que muestra que es Él, el Padre, el término de nuestra vida y de nuestra salvación: Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn17,3). Jesús revela y envía al Espíritu Santo: Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis soportarlas ahora; pero cuando viniere Aquel, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará de lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer (Jn16, 12-14). Es el Espíritu Santo el que derrama el amor en nuestros corazones, (cf. Rm 5,5); por el Espíritu Santo recibimos la filiación adoptiva: Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción por el que clamamos ¡Abba! ¡Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (Rm 8,15-16).