3. LA SALVACIÓN, DON DIVINO Y ASPIRACIÓN HUMANA

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

2. La finalidad de la Encarnación

La apertura del Quinto Sello (El Greco)

En el Credo, profesamos nuestra fe en el Hijo de Dios, que "por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen, y se hizo hombre" *. En la Sagrada Escritura, encontramos muchas veces esta misma verdad. Jesucristo afirmó de Sí mismo que el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10; cf. Mt 18, 11); y, en el Evangelio de San Juan, leemos que Dios no ha enviado a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por El (Jn 3, 17). San Pablo escribió a Timoteo: Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores (1Tm 1, 15). Muchos otros textos enseñan la finalidad de la Encarnación como un devolver a los hombres la filiación divina, destruir la obra del Maligno, etc. (cf. Ga 4, 4-5; 1 Jn 3, 5.8-9).

Que la finalidad de la Encarnación sea la salvación de la humanidad, no significa que, en los planes divinos, Jesucristo esté subordinado a los hombres, en el sentido de que Dios Padre quisiera a Jesús como medio para la salvación del género humano, y no lo amase en Sí mismo y por Él mismo. Más bien Jesús es, en Sí mismo, la salvación del hombre, no un medio para aLcanzarla. En efecto, es en Cristo como la humanidad se salva; cada hombre aLcanza personalmente esa salvación en la medida en que se une a Cristo.

La afirmación de que el Verbo vino a salvar a los hombres debe considerarse a la luz del Primado de Cristo tal y como se nos describe en numerosos pasajes del Nuevo Testamento, como por ejemplo, éste: El cual (Cristo) es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura, porque en él fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles (…) Todo ha sido creado por él y para él. Él es antes que todas las cosas y todas subsisten en él. Él es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia; él es el primogénito de entre los muertos, para que él sea el primero en todo, pues Dios tuvo a bien que en él habitase toda la plenitud y por él reconciliar todos los seres consigo, restableciendo la paz por medio de su sangre derramada en la Cruz, tanto en las criaturas de la tierra como en las celestiales (Col 1, 15-20).



* Conc. I de Constantinopla, Símbolo, (DS 150).