Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
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- 1. Cristología y teología
- 2. Cuestiones metodológicas propias de la Cristología
- 3. La salvación, don divino y aspiración humana
2. La distinción entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe

Los Símbolos subrayan la plena e indisoluble unidad de Nuestro Señor, mostrando la estrecha conexión existente entre la historia individual de Jesús de Nazaret, y el misterio de su ser personal. «Creemos en un soloSeñor Jesucristo». Es esta unidad la que exige del estudioso amar la investigación histórica y realizar al mismo tiempo esta misma investigación sin descoyuntarla de la confesión de fe en la trascendencia de Nuestro Señor. Esta unidad de Cristo, profesada en el Credo y puesta de relieve tanto directa como indirectamente por el Nuevo Testamento y la Tradición de la Iglesia, implica, como es obvio, la afirmación de que Jesús de Nazaret -el Jesús de la historia— es al mismo tiempo el Cristo esperado, Señor y Dios. Aquí, en esta unidad, se sitúa el núcleo de la fe de la Iglesia: el Jesús de la historia es el Cristo de la fe.
La distinción «Jesús de la historia‑Cristo de la fe» surgida con Reimarus, rápidamente se conviritió en cuestión clave en el pensamiento acatólico. Se partía del supuesto de la Ilustración de que la divinidad de Jesús es imposible. Este prejuicio fue la causa determinante de que D.F. Strauss, siguiendo a Reimarus, negase en su Vida de Jesús que el Cristo de la fe sea el Jesús de la historia. Según Strauss, el Jesús de la historia, el de los hechos realmente acontecidos, tendría muy poco que ver con el Cristo creído y predicado por los Apóstoles, con el Cristo de la fe, en el cual éstos habrían proyectado sus expectativas mesiánicas, sometiéndolo a una «mitificación» falsificadora.
Quien comienza el estudio de la cristología debe tener presente este prejuicio, que ejerce gran influencia en muchos trabajos de investigación histórica, restándoles esa objetividad imprescindible para que puedan llamarse justamente una obra científica. En cualquier caso, desde que hacia 1778 surgió el llamado problema sobre el «Jesús histórico», la distinción entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe no puede ser ignorada por el estudioso la cristología. Según las notas de Reimarus, el Jesús que existió realmente en Nazaret, el Jesús de la historia, no es el mismo que el Cristo predicado por los evangelios; el primero habría sido un mesías político fracasado, que se limitó a proclamar el reino de Dios como presente, entendiendo este reino como político; era este el reino que esperaban los Apóstoles, loscuales, muerto Jesús y destruidas con ello sus esperanzas de llegar a obtener el poder político, inventaron la resurrección de Jesús y con ella una nueva religión con el fin de obtener, al menos, un fuerte poder religioso. Con esta pretensión recompusieron los hechos y las palabras de Jesús, acomodándolos a esta finalidad. De ahí que, para Reimarus, el Jesús de la historia y el Cristo de la fe no sólo sean expresiones que significan matices diversos de una misma realidad, Jesucristo, sino que se refieran a dos cuestiones incompatibles entre sí.
La extrema posición de Reimarus no fue seguida por nadie, y ya el mismo Strauss rectificó muchas de sus afirmaciones. Sin embargo, la distinción Jesús de la historia-Cristo de la fe, que en sí misma puede recibir matizaciones y significaciones muy diversas, no ha logrado a lo largo de la historia desprenderse ni siquiera metodológicamente, de este radical vicio de origen, de esta contraposición entre historia y fe.
La Iglesia siempre defendió la identidad del Jesús histórico y el Cristo de la fe. Almismo tiempo, y junto con la defensa de esta identidad, es necesario estar atentos a los diversos matices que implican estas dos expresiones: Jesús de la historia, Cristo de la fe. Con la primera se designa la humanidad de Jesús tal y como fue gastando su vida terrena a lo largo de su historia terrena; con la segunda, se designa a aquel Cristo e Hijo de Dios que la fe de los discípulos «descubrió» bajo la debilidad de la carne de Jesús.
El binomio Jesús de la historia‑Cristo de la fe, versa, pues, sobre dos aspectos distintos de la misma Persona, que no son totalmente separables. Por ello, cuando se utiliza la expresión Jesús de la historia, si se hace en forma teológicamente correcta, se designa directamente la humanidad de Jesús tal y como desplegó sus virtualidades con el correr de su vida terrena, e indirectamente se designa a ese Dios que se manifestaba humanado en el caminar, el hablar o el morir de Jesús. Y viceversa al hablar del Cristo de la fe.