3. LA SALVACIÓN, DON DIVINO Y ASPIRACIÓN HUMANA

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

4. Redención y salvación

La última cena (Jacopo Bassano)

Por salvación se entiende la liberación del hombre de todos los males que le aquejan, tanto físico como morales. La palabra redención significa liberar a alguien pagando por él un rescate. El resultado es el mismo: la liberación del que está oprimido por el mal, pero en el segundo caso se indica que esta liberación se ha conseguido de un modo oneroso, pagando el rescate. A Cristo se le designa con el título de Salvador, porque libra al hombre del pecado, del demonio y de la muerte; se le designa también con el título de Redentor, porque expió con su vida entregada en sacrificio la deuda contraída por nuestros pecados.

Necesidad de la redención para la salvación del hombre

Hay que decir de entrada que la redención no era necesaria para la salvación del género humano. Dios podía haber elegido muchos otros caminos para salvar al hombre. Como se viene diciendo, la encarnación es completamente gratuita. Incluso si Dios hubiese querido salvar al hombre mediante la Redención, también ésta podría haber sido realizada de muchos otros modos, sin que la encarnación del Verbo fuese necesaria.

Los Padres de la Iglesia, al tratar este aspecto del misterio de Cristo, suelen limitarse a considerar aquello que de hecho ha sucedido. Como dice San Pedro, no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos (Hech 4, 12). Efectivamente, sólo en Cristo está nuestra salvación. Pero esto no significa que, si Dios hubiese querido, no hubiera podido ser de otro modo. Tampoco exigía la infinita Justicia divina que, para redimir al hombre, fuera necesaria una satisfacción total y en sentido estricto, puesto que la Justicia de Dios es al mismo tiempo Misericordia infinita. Dios podía perdonar los pecados sin exigir satisfacción alguna, como indica claramente la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32).

Aunque la Encarnación no era necesaria para la salvación del hombre, sin embargo fue el modo más conveniente para realizarla, tanto si la consideramos desde el punto de vista de Dios, como desde el punto de vista de la naturaleza y necesidades del hombre. Por parte de Dios, era el modo más conveniente, porque la encarnación no sólo manifiesta el infinito amor de Dios a los hombres, sino también su infinito poder y su infinita capacidad de comunicación.

Además, el Verbo se hace hombre para salvar a la humanidad mediante la Redención. En este modo de salvar al hombre se manifiestan unidas la justicia, la misericordia y la sabiduría divinas; la justicia, por haber querido salvar al hombre mediante la expiación de los pecados; la misericordia, por ser el mismo Dios quien se hace hombre para expiar los pecados del género humano en cuanto cabeza de la humanidad; la sabiduría, por haber elegido este camino que es tan coherente con la bondad divina y con la dignidad del hombre, pues, en Cristo, se ofrece a la humanidad la posibilidad de que ella misma expíe su pecado.

Se trata, finalmente, de un camino acomodado al ser del hombre, pues como la amistad consiste en cierta igualdad, parece que no pueden unirse amistosamente las cosas que son muy desiguales. Por consiguiente, para que hubiese una amistad más familiar entre Dios y el hombre, era conveniente que Dios se hiciera hombre, y así, conociendo a Dios visiblemente, nos sintiéramos arrebatados al amor de lo invisible *.



* Santo Tomás de Aquino, Summa contra Gentes, IV, 54.