2. CUESTIONES METODOLÓGICAS PROPIAS DE LA CRISTOLOGÍA

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

1. El acceso a Jesús y la cristología sistemática

Cristo bendiciendo (Giovanni Bellini)

La confesión de fe —Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt, 16, 16)—, al mismo tiempos que norma de todo el quehacer teológico, remite a la historia de Jesús de Nazaret como parte integrante de esa misma fe. No sólo creemos que Jesucristo es Dios; también creemos que Él nació y padeció bajo el poder de Poncio Pilato. Nótese bien: pertenecen a la fe no sólo “verdades eternas”, sino también modestos y fugaces acontecimientos históricos.

La investigación histórica sobre Jesús de Nazaret es una exigencia de la fe cristiana. Así lo pone de relieve el Nuevo Testamento, escrito para suscitar la fe (cf. Jn 20, 21), y concebido como narración de lo acontecido y enseñado por Jesús de Nazaret (cf. p.e., Lc 1, 1 ss.; I Cor 15, 1‑8). Los Apóstoles, antes que portadores de una determinada y sublime doctrina, se presentan como testigos de la muerte y resurrección del Señor (cf. p.e., Hech 2, 32 ss). En todos los Símbolos de la fe se presenta la vida de Jesús, su nacimiento y su muerte y su resurrección como objeto de fe. Esto forma parte del núcleo esencial de la parádosis, del tesoro a transmitir.

Los hechos históricos de la vida del Señor están testimoniados, pues, en medio de claras confesiones de fe. Y es que el Nuevo Testamento no tiene como finalidad una aséptica información historiográfica de lo acontecido en Jesús de Nazaret. Ni siquiera desea hacer una biografía de Jesús en el sentido en que en nuestro siglo se entiende la biografía como género literario. El Nuevo Testamento, y con él toda la Tradición de la Iglesia, pretende, ante todo, transmitir el testimonio de la fe eclesial sobre Jesús y presentarlo en su pleno significado de Cristo (Mesías) y Kyrios (Señor). Este hecho garantiza, por contragolpe, la veracidad de cuanto en él se narra en torno a la vida de Jesús. En efecto, la afirmación de que Jesús es el Cristo y Señor implica, entre otras cosas, el respeto sagrado con que el testigo testifica aquello que sus ojos vieron y sus manos tocaron del Verbo de la vida (cf. 1 Jn 1, 1‑4). Por ello, la profesión de fe Jesús es el Cristo remite al creyente y a la Cristología a una historia totalmente concreta —de significado, a su vez, universal—, y al destino único de un hombre a quien se considera perfecto hombre, pero no un mero hombre, pues es Dios.

Jesucristo en cuanto hombre tiene una dimensión histórica accesible según los métodos histórico‑críticos. Se trata de una accesibilidad homóloga a la de los personajes de su época. Jesucristo en cuanto Dios, como es obvio, posee una trascendencia que sobrepasa los métodos de investigación histórica, así como los de cualquier otra ciencia del hombre. Ni siquiera el contacto físico de sus contemporáneos —oír sus palabras o presenciar sus milagros— bastaban para penetrar en el misterio interior del Hombre‑Dios sin un don recibido de lo alto, y la aceptación personal de ese don: la fe.

Por ello el teólogo, que tanto debe amar la investigación histórica sobre Jesús, debe tener siempre presente que, por sí sola, esta investigación histórica no basta para llegar al conocimiento del misterio de Cristo, ni siquiera al conocimiento verdadero de Jesús, pues un conocimiento verdadero de la humanidad de Jesús implica la confesión de que Él es Hijo de Dios.