2. LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y LA REAFIRMACIÓN DE LA FE DE LA IGLESIA EN LA DIVINIDAD DE CRISTO

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

1. Las herejías trinitarias: monarquianismo y subordinacionismo

Santísima Trinidad (Pereda)

El monarquianismo niega la pluralidad de personas en Dios por el procedimiento de afirmar una única persona: la del Padre. El objetivo es claro: proteger el monoteísmo de cualquier sombra de politeísmo. El camino elegido es el más fácil: negar la pluralidad de personas en Dios.

No existen más que dos caminos para negar esta pluralidad de personas: o negar que Cristo sea verdaderamente Dios, o negar que sea un subsistente realmente distinto del Padre. En el siglo III se practicaron los dos caminos. A ellos responden dos líneas de monarquianismo. La primera línea hace de Cristo un hombre divinizado, es decir, un hombre adoptado por Dios como hijo con tanta fuerza que "puede decirse" que es Dios, pero que no lo es realmente. Según esto, Jesús de Nazaret sería hijo adoptivo, no natural, engendrado de la sustancia del Padre. Por esta razón se le llama monarquianismo adopcionista.

La segunda línea sí dice que Cristo es Dios, pero niega que sea realmente distinto del Padre. Cristo sólo sería uno de los modos en que el Padre se nos ha revelado o ha actuado en la historia. De ahí la denominación de monarquianismo modalista. Algunos de estos monarquianos, para hacer aún más contundente su afirmación de que Cristo es sólo un modo en que Dios se nos ha revelado, llegan a decir incluso que el Padre sufrió en la cruz. De ahí el sobrenombre de patripasianos.

El subordinacionismo designa aquellas concepciones en las que el Hijo aparece como inferior y subordinado ontológicamente al Padre.

Si en un comienzo, el subordinacionismo consiste en una tendencia que considera al Hijo inferior al Padre, motivada por el hecho de que el Hijo es la segunda persona de la Santísima Trinidad —deúteros theós, segundo Dios, lo llama Orígenes—, en el siglo IV se radicaliza hasta el punto de considerar al Logos como un Dios de segundo orden o, mejor, como la primera de las criaturas. El caso típico es el de Arrio, que estudiaremos inmediatamente.