3. EL DEBATE EN TORNO A LA UNIDAD DE LA PERSONA DE CRISTO

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

1. La crisis nestoriana y el Concilio de Éfeso

La Virgen acunando al Niño dormido con tres ángeles (Bernardino)

Nestorio nació después del 381 y recibió su formación teológica en la escuela de Antioquía. En el año 428 fue elevado a la sede de Constantinopla y desde el primer momento actuó duramente contra contra arrianos y apolinaristas. En esta lucha, se esforzó por que en ningún momento se pudiesen confundir en Cristo la naturaleza humana y la divina. Por eso rechazó que se puedan apropiar directamente al Verbo las pasiones de la naturaleza humana, p. e., el nacimiento y la muerte. Según él, esos padecimientos sólo se pueden aplicar al Verbo en forma indirecta: son las pasiones del hombre Jesús, el cual está unido el Verbo.

Nestorio utiliza un lenguaje en el que da a entender que en Cristo hay dos sujetos: el sujeto humano y el sujeto divino, unidos entre sí por un vínculo moral, pero no físicamente. En consecuencia, rechaza que se le pueda dar a Santa María el título de Theotokos. Según Nestorio, Santa María sólo sería Christotokos, Madre de Cristo, el cual está unido al Verbo. Esto es así porque, para Nestorio, las acciones y padecimientos de Cristo no son propiamente acciones y padecimientos del Verbo. Al rechazar que se otorgue a la Virgen el título de Theotokos, Nestorio escandalizó al pueblo cristiano, pues ese título era empleado ya desde el siglo IV en forma generalizada.

El rechazo de Nestorio fue inmediato, sobre todo por su negación de la maternidad divina de Santa María, y los acontecimientos, se sucedieron con extremada rapidez. La crisis como tal ocupa sólo cinco años: del 428 al 433. Un día apareció en las puertas de su iglesia en Constantinopla un cartel de protesta en el que se señalaban las coincidencias de Nestorio con Pablo de Samosata; otro día, un laico llamado Eusebio se levantó interrumpiéndole en su predicación y gritando: "El Verbo eterno nació en la carne y de una mujer". Otro día, Proclo de Cízico, que más tarde será patriarca de Constantinopla, predicó en presencia de Nestorio en una fiesta de la Virgen y gritó con elocuencia ...y con intención: "Dios habitó el seno de la Virgen", "Dios nació de una mujer" "Cristo no ha llegado a ser Dios al término de un progreso, sino que Él se hizo hombre, por su misericordia, tal como lo creemos. No predicamos a un hombre divinizado, sino a un Dios hecho carne" *.

Con esta afirmación, Proclo ha señalado el núcleo de la controversia: la unidad de Cristo, y, en definitiva, la forma en que ha de entenderse Jn 1, 14: el Verbo se hizo carne. Proclo insiste en que es el Verbo el que se ha encarnado, no el hombre el que ha sido divinizado. Impulsivo e imprudente, Nestorio tomó la palabra para protestar por las afirmaciones de Proclo, temeroso de que acechase en ellas el error arriano, y pronunció frases francamente inaceptables: "Yo no puedo adorar a un Dios que haya nacido, haya muerto y haya sido sepultado".Las palabras de Nestorio muestran lo abrupto de su posición: no puede aceptar que Dios sea el sujeto de los acontecimientos de la vida de Jesús. Dios no puede ni nacer ni morir. Este es el problema de Nestorio. Y esto, a pesar de los esfuerzos que realmente hace para mantener la unidad de Cristo.

San Cirilo recibió las primeras noticias de la enseñanza de Nestorio a través de unos monjes que pasaron por Alejandría, y escribe a los monjes en el a. 429 tomando la iniciativa en la defensa de la Theotokos **.

La carta de Cirilo a los monjes está centrada en la maternidad divina, y sólo incidentalmente alude a la unidad de Cristo. En cambio, en la correspondencia con Nestorio, el objeto central no es la Theotokos, sino la unidad de Cristo. Así se ve ya en la carta primera, del año 429, en la que Cirilo, sólo de pasada, pide a Nestorio que llame a Santa María Madre de Dios para evitar escándalos. La respuesta de Nestorio, breve y seca, es evasiva. Cirilo contesta con una segunda carta de enero/febrero del año 430, centrada en la cuestión cristológica. La respuesta de Nestorio a esta carta es también casi toda ella cristológica, explicando su posición en torno a la comunicación de idiomas: el Verbo no es pasible y, por tanto, tampoco es susceptible de una segunda generación. En consecuencia, cuando la Sagrada Escritura habla de la "economía del Señor, no nos está transmitiendo la generación o la pasión de la divinidad, sino de la humanidad de Cristo, de tal forma que la Santa Virgen debe ser llamada con una expresión más exacta: no theotokos, sino Christotokos". La última carta de Cirilo, acompañando 12 anatematismos, acusa a Nestorio de interpretar de forma incorrecta el Concilio de Nicea, y vuelve sobre la misma concepción del misterio de la encarnación que ya expresó en la carta anterior.

El Concilio de Éfeso no elabora una nueva fórmula dogmática. Los Padres conciliares se limitaron a leer dos cartas: la segunda carta de Cirilo a Nestorio, que se aprueba solemnemente y que, por tanto, pasa a ser la doctrina oficial del Concilio, y la respuesta de Nestorio a esta carta, que es condenada y que, por lo tanto, contiene lo que el Concilio rechaza. He aquí el contenido doctrinal de ambos documentos:

a) La segunda carta de Cirilo a Nestorio

El trasfondo teológico de su argumentación es la radicalidad con que acepta el texto de Jn 1, 14: el Verbo se hizo carne. Por esta razón, Cirilo insiste en la unidad de sujeto de los verbos que corresponden tanto a la divinidad como a la humanidad de Jesús: el mismo que es engendrado de Dios, nace de mujer, muere, resucita etc.:

"El grande y santo Concilio (de Nicea) dijo que el Hijo Unigénito fue engendrado de Dios Padre según la naturaleza, verdadero Dios de verdadero Dios, luz de luz, por quien el Padre hizo todas las cosas; el cual descendió, se hizo carne, se hizo hombre, padeció, resucitó al tercer día y subió a los cielos. Es necesario adherirnos a estas palabras y enseñanzas, considerando lo que quieren decir: el Verbo de Dios se encarnó y se hizo hombre. No decimos que la naturaleza del Verbo, habiendo cambiado, se hizo carne, ni tampoco que se transformó en un hombre completo (compuesto) de alma y cuerpo, sino que afirmamos que el Verbo, habiéndose unido según la hipóstasis a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre de un modo inefable e incomprensible, y que fue llamado Hijo del Hombre; esta unión no se debe a la sola voluntad o al deleite, ni tampoco se hizo por la asunción de una persona (prósopon), y aunque las dos naturalezas, unidas por una verdadera unidad sean distintas, de ambas (resulta) un solo Cristo e Hijo; no como si la unión suprimiera la diferencia de naturalezas, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen para nosotros, por esta concurrencia inefable y misteriosa, un solo Señor Cristo e Hijo.

Así se dice que Él subsiste antes de los siglos y que ha sido engendrado por el Padre, que ha sido engendrado según la carne por una mujer, no porque su naturaleza divina haya comenzado a existir en la santa Virgen (...) Porque no nació primeramente un hombre ordinario de la santa Virgen y luego sobre El descendió el Verbo, sino que decimos que, unido a la carne desde el seno materno, se sometió a nacimiento carnal, reivindicando este nacimiento como suyo propio.

En este sentido decimos que Él sufrió y resucitó, no porque el Dios Verbo haya sufrido en su propia naturaleza las llagas, los agujeros de los clavos, y las otras heridas (la divinidad es impasible, porque es incorporal); sino que, ya que el cuerpo hecho suyo propio padeció estas heridas, se dice una vez más que Él (el Verbo) padeció por nosotros: el impasible estaba en un cuerpo pasible. Del mismo modo pensamos respecto a su muerte. Pues el Verbo de Dios es por naturaleza inmortal, incorruptible, vivo, vivificante, pero puesto que además tiene su propio cuerpo, por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos, como dice San Pablo (Hb 2, 9), se dice que sufrió la muerte para bien de todos nosotros; no que haya experimentado la muerte en lo que atañe a su propia naturaleza (sería locura decirlo o pensarlo), sino porque, como he dicho hace poco, su carne ha gustado la muerte (...)

Así pues, confesamos un solo Cristo, un solo Señor, no adorando a un hombre junto con el Verbo, para no introducir la imagen de una división diciendo junto con; sino que adoramos a un solo y mismo (Cristo), porque el cuerpo del Verbo no le es extraño y con él se sienta ahora junto al Padre: no son dos Hijos los que se sientan con el Padre, sino uno solo a causa de la unión con su propia carne. Pero si rechazamos como incomprensible o indecorosa la unión según la hipóstasis, estamos abocados a hablar de dos Hijos, pues es necesario separar y hablar distintamente del hombre que ha sido honrado con el título de Hijo y de aquél que es propiamente el Verbo salido de Dios, que posee por naturaleza el nombre y la realidad de Hijo. Y no se sirve a una fe correcta el hablar, como hacen algunos, de la unión de personas (prósopa). Porque la Escritura no dice que el Verbo se ha unido al prósopon de un hombre, sino que El se ha hecho carne.

Decir que el Verbo se ha hecho carne, no quiere decir sino esto: que Él ha participado como nosotros de la carne y de la sangre (Hb 2, 14); que Él ha hecho suyo nuestro cuerpo y que vino al mundo como hombre nacido de mujer; que Él no ha abandonado su ser divino ni su generación del Dios Padre, sino que, asumiendo una carne, permaneció como era.

He aquí lo que enseña en todo lugar la fe ortodoxa; así lo encontramos en la enseñanza de los Santos Padres. De esta manera (los Santos Padres) no vacilaron en llamar Madre de Dios (theotokos ) a la santa Virgen, no porque la naturaleza del Verbo o su divinidad haya tomado de la santa Virgen el principio de su existencia, sino porque al haber nacido de ella el santo cuerpo animado de alma racional a la que el Verbo se unió según la hipóstasis, se dice que el Verbo ha sido engendrado según la carne" ***.

La carta de Cirilo va directamente al centro de la cuestión. La unidad de Cristo estriba en el Verbo, a quien se atribuyen todos los verbos referidos al misterio de la encarnación: "descendió, se hizo carne, se hizo hombre, padeció, resucitó al tercer día y subió a los cielos". Esta atribución es, según Cirilo, el único modo de aceptar con radicalidad el hecho de que el Verbo se ha hecho hombre. Junto a esto abundan las afirmaciones en las que se recaLca que el Verbo ha tomado una naturaleza humana completa, es decir, el alma y cuerpo.

El "descenso" del Verbo tuvo lugar sin que hubiese mutación en su naturaleza. La encarnación no es, pues, una metamórfosis de lo divino en lo humano, sino una "inefable e inexpresable" unión entre lo divino y lo humano, una unión tan íntima y física que permite apropiar al Verbo los acontecimientos de la vida de Jesús. Las afirmaciones explícitas de que la humanidad de Jesús es una humanidad completa impiden que se pueda acusar a Cirilo de apolinarismo. Pero Cirilo marca también su distancia de Nestorio al subrayar el hecho de que el Verbo no se ha unido al prósopon de un hombre -no ha asumido una persona humana-, e insistir en que la unión no ha de entenderse como moral, sino como física. Es decir rechaza, por una parte, que esa unión pueda entender como una simple "inhabitación o conjunción" de lo humano y lo divino y, por otra, rechaza también que se pueda entender en forma apolinarista, como si lo divino absorbiese a lo humano. La unión no suprime la diferencia existente entre las naturalezas, pero tampoco las mantiene yuxtapuestas de forma que se pueda hablar de "un hombre junto con el Verbo". Finalmente, Cirilo llama la atención sobre el hecho de que la unión según la hypóstasis es un misterio inefable.

b) La respuesta de Nestorio

En su respuesta a Cirilo, Nestorio entra también a fondo en el problema cristológico planteado y, ciertamente, sin ambigüedad:

" Leyendo superficialmente la tradición de los santos, has caído en una ignorancia perdonable, al pensar que ellos habían dicho que el Verbo coeterno del Padre es pasible. Atiende, por favor, con una mirada más penetrante a sus palabras, y encontrarás que este divino coro de los Padres no dijo nunca que la divinidad consustancial fuera pasible, ni que haya sido engendrada recientemente, ella que es coeterna con el Padre, ni que haya resucitado, ella que resucitó a su Templo destruido (...) Dicen: creo en nuestro Señor Jesucristo, Hijo único de Dios. Observa cómo pusieron primero las palabras Jesús, Cristo,único engendrado, Hijo, que son nombres comunes a la divinidad y a la humanidad, para construir después el edificio de la tradición en torno a la encarnación, la resurrección y la pasión, para que puestos en primer lugar algunos nombres significativos comunes a una y a otra naturaleza, ni se separe de la humanidad lo que se refiere a la filiación y al señorío, ni lo que se refiere a las naturalezas corra el peligro de desaparecer en la confusión simplificante de la filiación” ****.

Nestorio recrimina a Cirilo que, al leer Nicea, haya entendido que el Verbo, al encarnarse se ha hecho pasible en su naturaleza divina, cosa que nunca ha dicho Cirilo. En el fondo de la argumentación de Nestorio hay una aplicación inexacta de los nombres abstractos y concretos al misterio del Verbo encarnado. La cuestión de fondo está bien vista por Nestorio: mantener la unidad de filiación y la distinción de naturalezas. Sin embargo, la inexacta aplicación de los nombres abstractos y concretos enreda su pensamiento. Nestorio estima que, si se dice que el Verbo nace de Santa María se está diciendo inevitablemente que nace de ella en su divinidad. Buen cuidado ha tenido San Cirilo en no mezclar ambas cuestiones. Cirilo basa su planteamiento de las "apropiaciones" en el hecho de que el Verbo ha asumido según la hipóstasis una naturaleza humana completa; Nestorio basa su rechazo de la posición ciriliana en el hecho de que el Verbo, por ser Dios, es inmutable. De ahí deduce que no ha podido asumir los padecimientos de Cristo. Cirilo advierte que es verdad que la naturaleza divina es impasible y que de ahí se sigue que el Verbo, que posee la naturaleza divina, es impasible en su naturaleza divina; pero que de ahí no se sigue que el Verbo, al asumir una naturaleza humana, sea impasible en esa naturaleza. Es obvio que la cristología de Cirilo responde mejor a la tradición de los Padres e incluso a las mismas formulaciones nestorianas del párrafo citado. En efecto, la distinción de las naturalezas permanece en la unicidad de filiación, precisamente porque la encarnación tiene lugar según la hypóstasis.

Nestorio quiere negar que el Verbo haya sufrido en su naturaleza humana y, en consecuencia, tiene que atribuir a la naturaleza humana de Cristo un sujeto distinto del Verbo, con lo que irremediablemente disgrega las naturalezas.

"En todos los lugares de la divina Escritura, cuando se menciona la economía del Señor, la generación y la pasión que se presentan no son las de la divinidad, sino las de la humanidad de Cristo, de manera que la Santa Virgen debe ser llamada con una denominación más exacta madre de Cristo (Christotokos) y no madre de Dios (Theotokos) (...) Es bueno y está en consonancia con la tradición evangélica confesar que el cuerpo es el Templo de la divinidad del Hijo y un Templo unido según una suprema y divina conjunción, de manera que la naturaleza de la divinidad se apropia de lo que pertenece a este Templo; pero, hermano mío, atribuir al Verbo en nombre de esta apropiación las propiedades de la carne conjunta, o sea la generación, el sufrimiento y la mortalidad, eso es obra de un pensamiento equivocado por los griegos, o enfermo con la locura de Apolinar, de Arrio y de otras herejías. Pues necesariamente los que se dejan arrastrar por la palabra de la apropiación tendrán que hacer que el Verbo comulgue de la lactancia, tendrán que hacer con esta apropiación que participe del crecimiento progresivo y del temor ante el momento de la pasión...” ***** .

Exactamente esto es lo que hace la tradición: aceptar que el Verbo ha sentido temor ante el momento de la pasión, puntualizando, eso sí, que ha sentido ese temor en su naturaleza humana. Pero es el Verbo quien ha sentido el temor. Nestorio, en cambio, niega que el Verbo se apropie realmente de las debilidades de la naturaleza humana. en consecuencia, tiene que negar que la encarnación haya sido real. Hablando con propiedad, según Nestorio, el Verbo ni ha nacido de mujer, ni ha muerto verdaderamente por el hombre, ya que de hecho no se le pueden apropiar a El como sujeto las debilidades de la naturaleza humana.



* Cfl l  Camelot, Th. Efeso y CaLcedonia, Vitoria 1971, 33-37.

** Cfl l  Festugière, A. J. Ephèse et ChaLcédoine. Actes des Conciles, París 1982, 27-44.

*** Cfl l  Camelot, Th. Éfeso y CaLcedonia, cit., 203-206; Festugière, A. J. Ephèse et ChaLcédoine. Actes des Conciles, cit., 48-51.

**** Cfl l  Camelot Th.  Éfeso y CaLcedonia, cit., 207; Festugière, A.J.  Ephèse et ChaLcédoine. Actes des Conciles, cit., 53.

***** Cfl l . Camelot Th.  Efeso y CaLcedonia, cit., 206-210; Festugière, A.J.  Ephèse et ChaLcédoine. Actes des Conciles, 52-56.