Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
- Inicio
- 1. Los primeros testimonios de la fe de la Iglesia
- 2. Las herejías trinitarias y la reafirmación de la fe de la Iglesia en la divinidad de Cristo
- 3. El debate en torno a la unidad de la persona de Cristo
- 4. Unión y distinción entre la humanidad y la divinidad de Jesús
- 5. Voluntad divina y voluntad humana de Cristo
3. El arrianismo
La figura de Arrio (+ 336) centra el gran debate teológico que desemboca en el Concilio de Nicea. Con Arrio llegamos a la formulación extrema del subordinacionismo. Arrio presentaba una doctrina que se podía cohonestar con la filosofía platónica y que además podía argumentar con el orden existente en el seno de la divinidad. En efecto, afirmar que el Padre es fuente y origen de toda la Trinidad equivale a afirmar la existencia de un orden dentro de Dios. Existe prioridad del Padre, precisamente en cuanto que es fuente de la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo. En este sentido cabe decir que el Padre es mayor, pues de Él proceden las otras dos divinas Personas. Negar esto significaría negar que el Padre engendra verdaderamente al Hijo. De hecho llamamos al Padre la primera Persona, al Hijo la segunda, y al Espíritu Santo la tercera, sin que se pueda invertir este orden. Sin embargo, este orden interno de la Trinidad —que se deriva del orden en la procedencia—, no puede significar ni prioridad temporal, ni una subordinación en el terreno ontológico. El Hijo es igual al Padre en todo, pues es Dios de Dios. Negar esto equivaldría a negar su perfecta filiación y, en consecuencia, equivaldría a negar la perfecta paternidad del Padre. Esto es lo que le sucede a Arrio. Según él, el Verbo es poiema, una cosa hecha, una criatura. Para afirmar esto, se apoyaba en frases de la Escritura como El Padre es mayor que yo (Jn 14, 28), o en la aplicación al Logos de los textos veterotestamentarios concernientes a la Sabiduría: Desde el principio y antes de los siglos me creó (Si 24, 14).
El malentendido arriano en torno al misterio trinitario está unido también con un error cristológico. Arrio sigue en forma incorrecta el esquema Logos-sarx. Según él, el Verbo se uniría directamente a la carne de Cristo, haciendo las veces de alma. Según este planteamiento apolinarista avant la lettre, el Verbo habría sufrido en su misma naturaleza divina las humillaciones y los dolores de la Pasión, cosa incompatible con la inmutabilidad e impasibilidad propias de Dios. En consecuencia, se imponía la afirmación de que el Verbo no posee una auténtica naturaleza divina, sino que es una criatura, ya que un verdadero Dios no habría podido soportar semejante humillación. Arrio combina, pues, un subordinacionismo adopcionista —Jesús sería hijo adoptivo de Dios— con una cristología en la que ambas naturalezas se unen formando un tertium quid que, hablando con propiedad, ya no es hombre ni Dios, sino un ser híbrido.