3. LA MUERTE DE JESÚS

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

3. Circunstancias de la Pasión

Negación de Pedro (Scheffer)

De entre las circunstancias de la Pasión del Señor hay que destacar, en primer lugar, como ya se ha hecho, que en la Pasión y Muerte del Señor se cumplen las Escrituras, y que mediante esos sufrimientos se lleva a cabo la salvación de los hombres.

El hecho de que en esos acontecimientos se cumplan las Escrituras no es obstáculo para que se trate de acontecimientos históricos y libres, en los que intervienen las libres voluntades de los hombres. No se trata de acontecimientos en los que, por así decirlo, los hombres estén interpretando “un papel previamente escrito”. Es libre Jesús al ofrecer su vida y aceptar la muerte; son libres sus discípulos que le abandonan, son libres quienes le juzgan y condenan y son libres también quienes llevan a cabo materialmente su muerte. Pertenece a la fe que Jesús no sólo muere, sino que es matado.

Los evangelios narran con enorme sinceridad lo acontecido en la muerte de Jesús. Narran las causas que le llevan a la muerte: la predicación, que interpela a la conversión, el mensaje sobre el reino de Dios y la misericordia del Padre, la indignación de Jesús ante la interpretación farisaica de la Ley, su decidido empeño por establecer una Nueva Ley que encuentra su expresión suprema en las Bienaventuranzas y por establecer una Nueva Alianza sellada con su sangre.
El motivo histórico fundamental que condujo a las autoridades judías a decidir la muerte de Jesús fue fundamentalmente religioso: su conflicto con la Ley y con la religión oficial judía le acarrearon el odio y la repulsa. También la autoridad con que hablaba y el hacerse a sí mismo Hijo de Dios. El motivo jurídico que se adujo ante la autoridad civil, sin embargo, era de orden político: que había afirmado que era el rey de los judíos.

A los ojos de muchos pudo parecer que Jesús actuaba contra instituciones esenciales de Israel: contra el sometimiento a la Ley, contra el carácter central del Templo de Jerusalén o contra la fe en el Dios único al hacerse su Hijo. La realidad es muy otras: Jesús se mostró siempre cumplidor de la Ley y respetuoso con el Templo y exigió siempre el amor supremo para Dios, al que se refirió siempre como el único Dios verdadero. Jesús no abolió la Ley del Sinaí, sino que la prefeccionó, revelando su hondo sentido (cf. p.e., Mt 5, 17-19; Mt 5, 33). Jesús veneró siempre al Templo subiendo a él en peregrinación en las fiestas judías, y manifestó su ira contra aquellos que lo convertín en cueva de ladrones (cf. p.e., Mt 21, 13; Mc 11, 17; Lc 19, 46), y si manifestó con claridad su filiación divina, adujo también los milagros como signos que hacían creíbles su comportamiento y sus palabras.

Es claro que Jesús dio a su mesianismo un sentido eminentemente religioso y que había rechazado todo compromiso político, considerado desde el comienzo de su vida como una auténtica tentación. Su objetivo fundamental fue la fidelidad a la misión recibida del Padre y, mediante esta fidelidad, “dar la vida en rescate por muchos” (cf. Mc 10, 45) y así librar a la humanidad del poder del pecado, del demonio y de la muerte. Por eso, el significado último y “teológicamente” verdadero de los acontecimientos de su Pasión y Muerte no se agotan en las motivaciones de orden religioso y político que intervinieron en su proceso, sino en el plan providencial de Dios. Esto es lo que exponen los teólogos cuando tratan copn visión global de las causas de la Pasión y muerte de Jesús.