Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
- Inicio
- 1. Infancia y vida oculta de Jesús
- 2. La vida pública de Jesús
- 3. La muerte de Jesús
- 4. La muerte de Jesús
- 5. La pasión y muerte de Cristo
como oblación sacrificial - 6. La eficacia de la muerte de
Cristo
1. Los frutos de la Pasión

En una primera aproximación al significado de la palabra salvación, hay que señalar que este término indica la liberación de un mal, bien sea físico o bien sea moral: uno se salva de un peligro, de una grave enfermedad, de la esclavitud, etc. Siendo esto así, la salvación tendrá por objeto tantos aspectos y niveles como los aspectos y niveles de los males que aquejan o pueden aquejar al hombre.
El concepto salvación está relacionado, además, con otros dos conceptos afines: salud —de hecho en latín se utiliza la misma palabra salus para designar salvación y salud—, y liberación. En la sinagoga de Nazaret, nuestro Señor se aplica a sí mismo unas palabras del profeta Isaías en las que se ve la relación entre salvación, salud y liberación: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar la libertad a los cautivos, la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos (Lc 4, 18-19).
El Señor sitúa estas palabras en un ámbito universal, que trasciende lo meramente temporal. La salvación que Él trae a los hombres es una salvación total, que le afecta en las mismas raíces de su existencia y, por ello, se extiende a todas las dimensiones de su ser. Se le debe poner el nombre de Jesús —Salvador—, como indica el ángel a José, porque salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21). La palabra salvación recibe en el Nuevo Testamento un sentido decididamente religioso. Comprende, por una parte, la liberación del pecado; y por otra —como la otra cara de la misma moneda— las bendiciones de Dios en las que se incluye, en su consumación escatológica, la liberación de todas las esclavitudes.
La salvación operada por Cristo, en su dimensión dinámica, puede describirse como el paso de la muerte (del estado de pecado y sus consecuencias) a la vida (al estado de gracia y, en su consumación, al estado de gloria). Se trata pues de un tránsito, de una transformación, que tiene un punto de partida —la situación de que somos liberados—, y un punto de llegada: la vida nueva a la que el hombre es engendrado como nueva criatura en Cristo (Cf 2 Cor 3, 17). Por otra parte, la salvación —en cuanto liberación del pecado— comporta inseparablemente la reconciliación del hombre con Dios.
En su aspecto de liberación, la salvación comporta la libertad del hombre de la esclavitud del pecado, del demonio y de la muerte, o lo que es lo mismo la victoria de Cristo sobre el pecado, el demonio y la muerte.