5. LA PASIÓN Y MUERTE DE CRISTO COMO OBLACIÓN SACRIFICIAL

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

2. Los sacrificios del Antiguo Testamento

Piedad (Bronzino)

Según el Nuevo Testamento, la muerte de Cristo se encuentra en estrecha relación sobre todo con tres sacrificios del Antiguo Testamento: con el sacrificio de la alianza (Ex 24, 4-8), con el del cordero pascual (Ex 12, 1-14. 21-27. 46-47) y con el del gran día de la expiación (Lev 16, 1-34).
El sacrificio de la alianza tuvo lugar una sola vez, al pie del monte Sinaí, a raíz de la salida de Egipto. Moisés, actuando como mediador entre Yahvé y el pueblo israelita, derrama una parte de la sangre de las víctimas sobre el altar, que representa a Dios, y otra sobre la muchedumbre allí congregada, al tiempo que pronuncia las palabras sagradas: Esta es la sangre de la alianza que Yahvé ha pactado con vosotros (Ex 24, 8).

El cordero pascual se sacrifica anualmente en memoria de la liberación de Egipto, cuando la sangre del cordero puesta sobre los dinteles y postes de las casas de los israelitas, les había librado del exterminio de los primogénitos (Ex12, 1-14).

En el día de la expiación por los pecados del pueblo, tenía lugar una ceremonia solemnísima. Era el único día del año en que estaba permitido al sumo sacerdote  —a él solo— entrar en el sancta sanctorum, para rociar con la sangre de la víctima el propiciatorio, o cobertura de oro del arca de la alianza. El propiciatorio se consideraba el trono de Yahvé desde donde prodigaba sus beneficios y bendiciones. Los pecados del pueblo lo habían violado y profanado imposibilitando la presencia benéfica de Dios en su pueblo. El rito de la expiación no pretendía aplacar la ira de Dios, sino remover el pecado que estorbaba su acción, purificando simbólicamente su trono (Lv 16, 1-34).

Al sacrificio de alianza aluden las palabras que el Señor pronuncia sobre el cáliz llamando a su sangre sangre de la alianza (cf. Mt 26, 28; Mc14, 24; Lc 22, 20). Así lo recuerda también San Pablo, transmitiendo la tradición que ha recibido en torno a la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 23-27). De ahí que en Hebreos  se insista en que Cristo es mediador de un Nuevo Testamento (cf Hb 7, 22), es decir, de una nueva y eterna alianza.

A la Pascua y al sacrificio del cordero pascual aluden las palabras del Bautista al presentar al Señor como Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29). La última Cena tiene lugar en claro ambiente pascual, y los evangelios subrayan esto intencionadamente, apuntando a la muerte de Cristo como sacrificio que consuma la nueva Alianza. Al sacrificio pascual aluden también las palabras institucionales de la Eucaristía, al incluir el mandato de repetir el sacrificio del pan y del vino como memorial de la muerte del Señor (cf. 1 C11, 24 y 26), pues conectan así, en efecto, con una característica esencial de la pascua hebrea: su naturaleza de memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto efectuada por Dios (cf Ex 12, 14).

También en San Juan son numerosas las alusiones a la relación de la muerte de Cristo con el sacrificio pascual. Así, p.e., cuando llama la atención sobre el hecho de que a Jesús no le rompieron las piernas, cumpliéndose de esta forma lo prescrito sobrel cordero pascual: que no se le quebrase un solo hueso (cf. Jn 19, 33-36; Ex 12, 46; Núm 9, 12). También el Cordero del Apocalipsis —sacrificado y glorioso— evoca al cordero pascual (cf. Ap 5, 6-9; 12, 4; 15,3). Y San Pablo, en clara evocación de la cena pascual, exhorta a los fieles de Corinto a alejar el viejo fermento y ser masa nueva, a ser ácimos, porque Cristo, nuestra Pascua, ya ha sido inmolado (1 Co 5, 7).

Al sacrificio del gran día de la expiación se alude en Hebreos, que compara largamente la muerte de Cristo y su entrada en el santuario con este sacrificio (cf Hb 9, 1-7). A este sacrificio se refiere probablemente San Juan cuando dice de Jesucristo que es víctima propiciatoria por nuestros pecados (1 Jn 2, 2), que Dios nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4, 10), y al afirmar que la sangre de Jesús nos purifica de todo pecado (1 Jn 1, 7).

La finalidad de los sacrificios israelitas es la comunión con Dios, ya sea al establecer la Alianza, ya sea al "reafirmarla" reconciliándose con Él mediante la purificación y remoción del pecado. Los dones que se ofrecen no pretenden enriquecer a Dios, sino mostrar la voluntad del que los ofrece. El sacrificio interior es lo más importante del sacrificio que se ofrece a Dios. Los profetas protestaron con insistencia contra el formalismo de un culto externo sin conversión del corazón (cf. p.e., Os 6, 6; Jr 7, 21-28).