6. LA EFICACIA DE LA MUERTE DE CRISTO

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

4. La redención como reconciliación de los hombres con Dios

Vristo bendiciendo, rodeado por un donante y su familia (Ludger tom Ring)

La Redención, que comporta en su punto de partida (en el término a quo) la liberación del pecado, del poder del demonio y de la muerte, en su aspecto positivo (en el término ad quem) no es otra cosa que una realidad nueva, a la que con frecuencia se denomina en el Nuevo Testamento como reconciliación con Dios: Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la Muerte de su Hijo (Rm 5, 10). Se trata de una reconciliación en la que la iniciativa ha correspondido a Dios: Plugo (al Padre) que en Él (en Cristo) habitase toda la plenitud, y por El reconciliar consigo todas las cosas en Él, pacificando con la sangre de la cruz así las de la tierra como las del cielo (Col 1, 19-20).

Esta reconciliación implica el perdón de los pecados, que habían constituido a los hombres en enemistad con Dios: Porque en Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones (2 Co 5, 19). El perdón es verdadera aniquilación del pecado hasta tal punto de que se trata de una transformación del hombre mediante la gracia sobrenatural, tan profunda, que se denomina al que la recibe "hombre nuevo" y "nueva criatura en Cristo": El que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo (2 Co 5, 18; cf. Ga 6, 15). Por tanto, ser reconciliados con Dios no es una simple no imputación de la culpa —algo exterior o legal—, sino una auténtica renovación interior.