3. LA MUERTE DE JESÚS

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

6. La gloria de la cruz

Crucifixion (Van Cleve)

Cristo, perfecto hombre, no es sin embargo un hombre común, un mero hombre. Su cuerpo y su alma son cuerpo y alma de Dios. Esta realidad ha de tenerse en cuenta también en los acontecimiento de la muerte y de la sepultura de Jesús: quien muere y es sepultado es el dueño de la vida y de la muerte. La gravedad metafísica que comporta la muerte se encuentra acompañada por un completo señorío de Cristo sobre la propia vida corporal*.

Esta es convicción común en la patrística, que entiende en sentido fuerte estas palabras de Nuestro Señor: El Padre me ama, porque yo doy mi vida y la tomo de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de volverla a tomar (Jn 10, 17-18). Jesús afirma con toda claridad que nadie le quita la vida, sino que es Él quien la da. La humillación, el extenuamiento y el oprobio de la cruz no pueden hacer olvidar el poder de quien muere en ella y, al mismo tiempo, esa omnipotencia no disminuye el abismo del abandono.

El mismo Jesús alude a esta gloria de la cruz al referirse a ella como exaltación:  el Salvador es levantado en la cruz como la serpiente en el desierto (cf. Jn 3, 14); cuando sea levantado de la tierra, atraerá a todas las cosas hacia Sí (Jn 12, 32-34): Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy, se dice en el evangelio de San Juan en este pasaje, en clara alusión al Yo soy  del Exodo, 3, 14. La muerte en la cruz es también consumación de la existencia terrena de Jesús: en ella, como sacerdote y víctima consuma el sacrificio redentor: Convenía en efecto, que Aquel para quien y por quien son todas las cosas, que se proponía llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por las tribulaciones al Autor de la salud de ellos (Hb 2, 10).


* Cfl l  L.F. Mateo-Seco Muerte de Cristo y teología de la cruz, en VV. AA., Cristo, Hijo de Dios y Redentor del hombre, Pamplona 1982, 701-711.