Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
- Inicio
- 1. Infancia y vida oculta de Jesús
- 2. La vida pública de Jesús
- 3. La muerte de Jesús
- 4. La muerte de Jesús
- 5. La pasión y muerte de Cristo
como oblación sacrificial - 6. La eficacia de la muerte de
Cristo
5. La iniciativa del Padre y el "abandono" de Jesús

Es necesario no olvidar que la cruz es, antes que nada, donación de Dios a la humanidad, iniciativa del Padre que envía al Hijo al mundo. Jesús habla con claridad de que ha sido enviado por el Padre al mundo (cf. p.e., Jn 20, 21). Pero es iniciativa del Padre no sólo su misión al mundo, sino también su fidelidad hasta la muerte. Jesús habla también de obediencia al Padre a la hora de aceptar la cruz. Baste recordar la Oración en el Huerto, en la que pide que pase de Él el cáliz de la Pasión, y en la que se somete a la voluntad del Padre (cf. Lc 22, 42).
La afirmación de que la Pasión de Jesús es iniciativa del Padre es una convicción claramente presente en todo el Nuevo Testamento. Es Dios quien dirige la historia de la salvación. A este Jesús —dice Pedro en su primer discurso— le clavásteis en un madero por manos de los impíos, según el designio prefijado y la presciencia de Dios (Hech 2, 23). Es frecuente encontrar en los evangelios la afirmación del es preciso, conviene, que Él padezca (cf. p.e., Mc 8, 31; Lc 17, 25; 22, 37; 24, 7.26.44; Jn 3, 14; 20, 9), como manifestación de la providencia existente sobre la vida de Jesús.
Esta iniciativa del Padre en torno a la redención por medio de la muerte de Cristo es descrita como verdadero mandato dado al mismo Jesús, mandato que debe obedecer. Jesús llama verdadero mandato al ejercicio de su predicación (cf. Jn 12, 49-50); ha recibido del Padre el mandato de entregar la propia vida (Jn 10, 18).
A este mandato corresponde la obediencia del Hijo, una obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz (cf. Flp 2, 8). Se trata de auténtica obediencia, que sería imposible, si no existiese verdadero mandato de morir, y si no existiese también auténtica libertad humana. San Pablo otorga especial importancia a esta obediencia precisamente al considerarla en el marco de la historia de loa salvación: Pues como por la desobediencia de un solo hombre, muchos se constituyeron en pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos se constituirán en justos (Rm 5, 19).La obediencia es esencial en la obra redentora de Cristo, pues Él que recapitula en Sí la historia de la humanidad, curando mediante su obediencia la desobediencia de Adán.
La muerte de Jesús se relaciona en la Sagrada Escritura con el hecho de que fue "entregado" (cf p.e. 1Co 11, 23). Fue entregado por Judas a los príncipes de los judíos (Mt 10, 4); fue entregado por Pilato a los judíos (Lc 23, 25); Él mismo se entregó (1Ped 2, 25). Estas "entregas" están en dependencia de la "entrega" que de Él hace el Padre a los hombres. Con razón la tradición cristiana vio en Isaac una figura de Jesús. Sólo que en el Calvario, sucede lo que Abrahán no tuvo necesidad de hacer en el monte Moria; como siempre, la "realidad" supera la "figura". La expresión "Cordero de Dios" evoca aquél cordero que fue inmolado en lugar de Isaac. El Padre "entrega" al Hijo al destino de morir; le "abandona" en medio de las fuerzas del mal; no impide que sus enemigos le venzan.
En este contexto, Jesús pronuncia unas estremecedoras palabras: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46; Mc 15, 34). Estas palabras tienen un sentido inmediato y obvio: Dios, cuya providencia rige la historia, ni le "protege" de sus enemigos, ni ha aceptado su petición de que apartase de Él ese amargo cáliz: el Hijo puede, pues, clamar con exactitud que se encuentra "abandonado" en manos de sus enemigos.
Estas palabras son, además, cita del Salmo 22. El grito, pues, de Jesús es una oración. Al pronunciarlas, el Salvador indica el camino para comprender los sentimientos que le embargan en ese momento. No son otros que los descritos en el Salmo: dolor, confianza en Dios, descripción de detalles de la Pasión, seguridad del triunfo final. San Mateo, tenía una razón especial para reproducir esta palabra de Jesús. Tomada de un Salmo, da a entender que la situación allí descrita estaba realizándose en Jesús. En ambos casos, el abandono no es el rechazo, y mucho menos la reprobación. El justo no deja de llamar a Dios su Dios, lo que da a su gemido acento de confianza más que de reproche. Dios le abandona en manos de sus enemigos por un designio misterioso que desemboca en triunfo en el Salmo, como desembocará en la resurrección en los Evangelios.