Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
- Inicio
- 1. Infancia y vida oculta de Jesús
- 2. La vida pública de Jesús
- 3. La muerte de Jesús
- 4. La muerte de Jesús
- 5. La pasión y muerte de Cristo
como oblación sacrificial - 6. La eficacia de la muerte de
Cristo
1. Los sufrimientos y la muerte de Cristo

En el Antiguo Testamento se va destacando cada vez con mayor nitidez el valor redentor del dolor y de la muerte del justo, al mismo tiempo que se va subrayando la idea de su solidaridad con el pueblo. Los sufrimientos del justo, precisamente por su amistad con Dios, atraen las bendiciones divinas no sólo para sí, sino para el pueblo. Así p.e., Dios confirma sus bendiciones a Abrahán y su descendencia en respuesta a su heroica obediencia. Este pensamiento llega quizás a su más elocuente formulación precisamente en el cuarto poema del Siervo de Yahvé (Is 52, 13-53, 12), donde se habla del valor redentor de los padecimientos del Siervo, que soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores (...) fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados (...) ofreciendo su vida en sacrificio por los pecados.San Pedro alude a esta profecía, cuando recuerda que Cristo padeció por nosotros: El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño; el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados (1 P 2, 22-24). Este mismo pensamiento —el valor redentor del sufrimiento— se destaca también en los textos sacrificiales. Ambas líneas teológicas —el valor expiatorio del sufrimiento del justo y el valor del sacrificio ofrecido a Dios— convergen en la figura de Cristo, justo que sufre, y cuyo sufrimiento no sólo es expiación por los pecados del pueblo, sino también sacrificio redentor ofrecido a Dios, que convierte su sangre derramada en sangre que sella la nueva alianza (Lc 22, 20).
En el Nuevo Testamento, desde los primeros escritos, la muerte del Mesías aparece ligada al pecado de los hombres: Cristo murió por nuestros pecados (cf. 1 Co 15, 3; Rm, 4, 25; Ga 1, 4), murió por los impíos (Rm 5, 6), se entregó por nosotros para redimirnos de toda iniquidad (Tt 2, 14), murió por nuestros pecados, el Justo en favor de los pecadores (1 P 3, 18), etc.