Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.
- Inicio
- 1. Infancia y vida oculta de Jesús
- 2. La vida pública de Jesús
- 3. La muerte de Jesús
- 4. La muerte de Jesús
- 5. La pasión y muerte de Cristo
como oblación sacrificial - 6. La eficacia de la muerte de
Cristo
2. La universalidad de la redención

Jesucristo ha redimido a todos los hombres de todos los tiempos: por todos ha muerto Cristo (2 Co 5, 15; cf. Rm 5, 18). Jesús, como afirma San Juan, es víctima de propiciación por nuestros pecados; no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero (Jn 2, 2).
Estas palabras fueron más tarde recogidas por el Concilio de Trento, para enseñar esta verdad de fe*. Ya en el Concilio de Quiercy (año 833), se afirmó que "no hay, hubo o habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo Señor nuestro"**, en contra de la doctrina de Gottschalk, que afirmaba una doble predestinación: a la gloria y a la condenación. Y cuando los jansenistas dijeron que Cristo murió sólo por aquellos que, de hecho, se salvan, el Papa Inocencio X condenó tal tesis como herética***.
La universalidad de la Redención no significa que necesariamente todos los hombres hayan de salvarse. Es verdad que todo hombre, sin excepción alguna, ha sido redimido por Cristo; pero todo hombre puede rechazar la salvación que se le ofrece; para ser salvo, el hombre debe recibir en sí el efecto de la Redención y para ello es necesaria su cooperación. La Iglesia cree que Cristo, muerto y resucitado por todos (cf. 2 Co 5, 15), da al hombre, mediante su Espíritu, luz y fuerza para que pueda responder a su suprema vocación; no ha sido dado en la tierra otro nombre a los hombres por el que puedan ser salvos (cf. Hech 4, 12). Por tanto, cuando un hombre no se salva, no es porque Cristo no le haya redimido, sino porque él ha rechazado la gracia de la redención.
Esta distinción entre la redención objetiva (la redención operada por Cristo, que es absolutamente universal) y la redención subjetiva (la salvación hecha efectiva en cada hombre, porque los hombres pueden rechazar la salvación), es clara manifestación del respeto divino por la libertad humana.
La Redención es objetivamente universal no sólo porque Jesucristo haya ganado la posibilidad de salvación para todos los hombres, sino porque Él ofrece de hecho a todos y a cada uno de los hombres los medios suficientes para aLcanzar la salvación. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2, 4); y a todos ofrece gracia suficiente para que, si libremente la aceptan, aLcancen la gloria.
Por esto, la Iglesia enseña que ningún hombre se condena porque no haya tenido la posibilidad de salvarse. Esta posibilidad se ofrece a los hombres principalmente mediante la predicación y los sacramentos de la Iglesia; pero también a aquellos que, sin culpa, no han recibido esa predicación y esos sacramentos, Dios ofrece, de modo oculto para nosotros, la posibilidad de recibir la gracia de Cristo y de llegar después a la vida eterna. Sin embargo, esto no disminuye la importancia de la misión de evangelizar confiada por Jesús a la Iglesia****, porque la doctrina y los sacramentos de Cristo hacen que el hombre pueda vivir más fácilmente una recta vida moral (indispensable para la salvación), y porque la unión con Cristo a través de la fe y de los sacramentos es un altísimo bien que prepara, ya en la tierra, una incomparable gloria en el Cielo.